Más allá del aparentemente anecdótico y bohemio vínculo entre artistas y prostituxs[1], el arte y el sexo tienen mucho en común: desde un punto de vista conservador, ambas actividades son consideradas labores de amor. Es decir, labores cuyo fruto es ajeno al mercado.
De ahí que la prostitución produzca tantas polémicas morales, políticas y judiciales, pues legalizar el sexo como trabajo implica asumir que las labores afectivas vinculadas al espacio de lo doméstico -como escribió años atrás Nanne Buurman[2]-, serían equivalentes a impuras transacciones comerciales lo cual, ¡horror!, traería como consecuencias la posibilidad de que, un ejemplo entre tantos, una dueña de casa pudiese jubilar como cualquier otro trabajador.
Hasta el momento se ha optado por salvaguardar la sacralidad del sexo -separado del trabajo y asociado al amor-, a costa de la dignidad de quienes se asumen como trabajadorxs sexuales a quienes, relegados a la condición de lumpen, se les indica que el uso que hacen de sus cuerpos no es -como los otros usos- transable, por lo cual quedan apartados de cualquier derecho laboral.
Es en este sentido que el arte tiene bastante en común con la sexualidad: de ahí que en sociedades conservadoras, como la nuestra, se entienda que la labor artística es algo elevado, puro, sacrificado y de tintes aristócratas: no por nada el tabú numero uno del arte es el dinero. En un evidente delirio colectivo resulta que casi ningún artista habla de plata ¡cómo si no les importase!
Y es que de eso se trata: de que parezca como que no importa. De hablar sobre lo mala que estuvo la feria, pero decir que igual salvaste. De criticar al arte comercial por vendido, mientras te quejas de no haberte asignado un fondo público de arte que -hasta donde tengo entendido-, se paga con plata.
En el modelo a escala del mundo que es la villa del arte, pelucones y pipiolos se dan unas vueltas y rodeos de cómica incongruencia:
En lo único en que están de acuerdo ambos bandos es en declararse anticapitalistas[3]. La verdadera diferencia, estando entre quienes asumen su condición de trabajadores sexuales del arte, y quienes -no teniendo quien les dé la hora o casados hace años con la academia-, insisten en creer en el arte como labor amorosa, enrostrándole al resto que su arte es infinitamente más digno, siendo lo otro un arte falso y embustero que en nada se asemeja al amor: ¡como si la prostitución consistiese en enamorarse por plata!
Naturalmente esto es algo difícil de entender para artistas del tatuaje y otros tantos hijos de la familia académica[4] que no exponen en galerías, bienales y museos pues, como decía un marca-libros que encontré alguna vez citando un libro de Dostoyevsky que nunca leí:
¿Qué es el honor, miamor, cuando no tienes qué comer?
Y que qué es el arte, miamor, ¿cuándo no tienes con que hacerlo?
[1] Estoy pensando mucho en el cliché de artista bohemio francés viviendo en la miseria acompañado de prostitutas: la Olimpia de Manet, las modelos de Toulousse Lautrec, las señoritas de Avignon, etc. No creo que sea pura coincidencia que con el surgimiento del realismo y la revolución industrial se de esta relación tan fuerte entre arte y prostitución que va más allá de lo circunstancial o lo formal. Me atrevería a decir que tenía algo de carácter alegórico.
[2] Home Economics, Revista ESSE. Feminisms, 2017.
[3] Si en anticapitalismo es un rasgo común entre herejes y profetas…. Entonces ¡el canticapitalismo o es dios o no existe! (si es usted ateo felicitaciones ganó la apuesta de Pascal)
[4] podríamos decir que la forma operativa predilecta de las instituciones culturales es el proletarismo: la institución cultural jugando un rol parental donde requiere el trabajo de su prole. La gran contradicción sería que el proletariado es un grupo social cuya única riqueza son sus hijos a quienes -a partir del vínculo familiar- se les da casa y comida a cambio de trabajo, mientras que -en el caso del proletariado cultural- la riqueza de la institución es la pobreza de sus hijos, quienes suelen requerir del techo, comida y ahorros de sus padres padres para poder operar como hijos de la institución. ¡BUM!