No alcanzaron a pasar un par de meses desde el estallido social cuando se empezaron a publicar libros que explicaban sus causas y daban cuenta de sus posibilidades:
¡si tan solo se hubiesen publicado una semana antes!
A esta disposición literaria y cultural enfocada en la respuesta contingente y la publicación a la velocidad de las redes sociales podriamos denominar horoscopísmo: pues la trascendencia de estas acciones, publicaciones y emprendimientos no supera a la del horoscopo del año pasado.
Por lo general estos horoscopismos suelen ser reflexiones con vocación profética, que tiene sentido proliferen en un momento como el actual: donde el futuro parece tan errático e indeterminado que la sola posibilidad de vislumbrarlo en cualquier cosa, por absurda que esta sea (desde eclipses a la lectura de las arrugas del ano), sirve como consuelo ante un futuro protéico e informe que da miedo por incierto.
Es sorprendente como la humanidad persiste en estos consuelos que abarcan desde las runas hasta Pedro Engel, pues la angustia por el futuro -su anhelo en el caso del apocalipsis-, es una disposición persistente, incluso cuando creemos tenerlo todo bajo control. De ahí la baja de confianza en futuros predecibles, como los propuestos por fondos previsionales con su evidente carencia de sex-appeal estotérico.
En todo caso es importante reparar en algunas tendencias horoscopistas propias de tiempos como este, asumiendo la realidad de que algunos horoscopismos son -y esto esta fuera de toda duda-, mejores que otros:
Nostradamus, por poner un ejemplo, supremo exponente de lo que es ser un gran horoscopista: ¡sus horoscopismos acabaron por convertirse en insumos de horoscopación! Esta es la más cumbre más alta a la que un horoscopista -desde el más credulo al más farsante-, podría aspirar.
Quizás lo que distingue un período inestable como el que vivimos hoy es una expansión del horoscopismo desde sus recintos de contención cultural -matinales y secciones de entretenimiento del periódico-, hacia todo ámbito del quehacer humano: de ahí que hoy resulte difícil distinguir las finanzas de la astrología, las teorías conspirativas permitan ver lo que sea que quieras ver en cualquier cosa random, y podamos presenciar curatorías artísticas donde las obras, cual hojas de té, son utilizadas como ingredientes horoscopístas.
Y así, como sucede cada año con el horóscopo chino de Pedro Engel -que en el 2019 varticinaba “muchas cosas positivas” hasta el 2020- , pocas personas repararán en lo que no se predijo, en la trascendencia curatorial de la muestra, o en la caída de la bolsa no anticipada: porque la función de la futurología horoscópica no es predecir el futuro, sino consolar el presente ante un futuro fluido, ilegible y atemorizante.
Así que ojo con los horoscopistas. Que de creerles ciegamente te puede pasar como a Creso quien, confiado en el augurio del oráculo, las emprendio contra Persia para acabar con un gran imperio ¡que resultó ser el suyo!