En respuesta al artículo “Artistas Contra 200 Años de Historia del Arte” publicado en El Mercurio el Sábado 6 de Marzo de 2021,
Respuesta publicada en El Mercurio el Domingo 14 de Marzo de 2021. Sorprendente.
Una gran impresión me causó el artículo publicado el pasado Sábado 6 de Marzo, sobre la “cruzada contra doscientos años de historia del arte”, promovida por la organización “Artistas Libres”.
En dicho artículo se dan a conocer opiniones sorprendentes y otras atemorizantes: como la supuesta existencia de una oligarquía internacional que -infiltrada en Ministerios, Universidades y Facultades de Arte- pretende desde hace mucho tiempo y con fines perversos, construir un proyecto político totalitario y antidemocrático con el fin de “cambiar el sentido común de lo verdadero y lo bello”.
Llama la atención que quienes estaban a cargo de publicar dicho artículo no hayan realizado el mínimo fact-checking qué aseveraciones tan graves como las anteriormente descritas exigen: asunto particularmente importante en un contexto donde la desinformación ha tenido efectos tan negativos para nuestra convivencia social.
En efecto, una simple búsqueda en Wikipedia nos revela que tras el fin de la Monarquía Francesa con la decapitación de Luis XVI, la Real Academia Francesa de Pintura y Escultura fue abolida para, al pasar un par de años, ser rebautizada como Academia Francesa de Pintura y Escultura: es de sentido común entender que no hay lugar para una Academia Real sin Realeza.
La rebautizada Academia, que “Artistas Libres” insertan dentro de un período histórico en donde “las reglas del arte simplemente dejaron de valer” es la que cobijó a artistas cuyas obras difícilmente podríamos considerar un atentado a la belleza: J.L David, Gustave Courbet, Edouard Manet y W.A Bouguereau entre otros, participaron del Salón Oficial organizado por dicha academia; Un espacio reconocido por sus altos estándares de exigencia, en el cual artistas nacionales como Rebeca Matte y Jose Miguel Blanco, llegaron a obtener importantes reconocimientos.
Es una historia conocida como hacia finales del Siglo XIX, la rigidez de los estándares de la academia entró en conflicto con la realidad de su tiempo y las necesidades creativas de una nueva generación de artistas quienes -lejos de abogar por un arte sin reglas- reconocieron en el auge de la fotografía y las transformaciones promovidas por la revolución industrial, la necesidad de proponer otras reglas y definir nuevos hábitos de creación con gran rigurosidad:
Las decenas de variaciones que pintó Monet sobre La Catedral de Rouen y la Estación San Lázaro, o pinturas como “El Baño de la Niña” de Mary Cassat -donde se conjuga el estudio de la estampa japonesa con un prodigioso uso del color, son solo un par de ejemplos de formas de hacer rechazadas por la Academia, las cuales hoy nadie se atrevería a considerar arrebatadas o atentados contra “el sentido común de lo bello”.
Del mismo modo resulta inverosímil creer que “El Arte Contemporáneo” sea una institución hegemónica (como sí lo era la Real Academia de Pintura), con el poder de vetar “cualquier expresión artística que no esté sometida a la ideología y la ética imperante”: artistas de corte realista como Ofelia Andrades exponen regularmente en Museos y Galerías de Arte Contemporáneo alrededor del mundo, y lo mismo sucede con Guillermo Lorca, Chuck Close o Marilyn Minter quienes -nos guste o no su trabajo- son figuras del arte contemporáneo.
Si es que existe un proyecto totalitario y antidemocrático en el Arte, es aquel que pretende imponer reglas absolutas para definir la belleza en base a tergiversaciones que faltan a la verdad. Pretender hacer realidad este proyecto es buscar la cancelación de una multitud de expresiones culturales, cuyos encuentros y desencuentros a través del tiempo y el espacio, han dado forma a la civilización que hoy habitamos, y alimentan la cultura de un futuro en el que -esperemos, el academicismo del presente no sea reemplazado por un academicismo del pasado y todavía sea posible, en una misma tarde, disfrutar de Arte Precolombino, apreciar una instalación con ojo crítico, pasear por los jardines de un museo de Arte Colonial o sentarse un buen rato a contemplar pinturas naturalistas en un mismo lugar: eso es algo que hoy, a pesar de la pandemia, podemos hacer en varios lugares de Chile.
Es de esperar que de aquí en adelante, por respeto al libre intercambio de pensamientos y opiniónes, su medio promueva debates basados en hechos reales y no promocionando teorías sin fundamento que pretenden eliminar 200 años de historia del arte y que, en última instancia, buscan tener la razón sin razonar.
Tal vez sería este un buen momento para revitalizar la crítica de arte: un espacio hoy en extinción, desde donde se promueve el pensamiento crítico, cultivando las diferencias de opinión que construyen sociedad y no así las que la debilitan.
Cristóbal Cea Sánchez
Profesor Asistente
Escuela de Arte
Pontificia Universidad Católica de