Control

No recuerdo bien quien decía esto: la sociedad red es la sociedad del control. Creo que fue Manuel Castells, si, Castells. No recuerdo muy bien, tampoco en que consistía su uso del término. Pero si mal no recuerdo, algo tenía que ver con que en un espacio de flujos globalizados: los protocolos tienen suprema importancia como herramienta de control y poder.

Y bueno la pandemia ha exacerbado este culto al protocolo y el control a niveles nunca antes vistos: hay que pedir permiso para ir a la plaza, para ir al supermercado, tienes dos horas para darle comida a tu abuela… Es necesario utilizar máscaras con estándares precisos, reunirse socialmente através de aplicaciones, hacer clases utilizando dos o tres plataformas que no alcanzan a hacer una sala, y otras normas de etiqueta post-pandemia que incluyen esa verguenza familiar para quienes han soñado estar subitamente en pelotas en la via publica: se te olvidó la máscara.

La nueva moral social dicta que debemos, también, seguir ciertos procedimientos fundamentales: contar cuanta gente hay en un local aparentemente vacío antes de entrar, pedir comida a través de una app, ingresar a la sucursal virtual y esperar en línea, esperar a que te manden el link del zoom cuando se les para la raja, estar atento al whatsapp donde viven los primos, responder (o decidir no hacerlo) la encuesta donde te hacen preguntas para mejorar la atención, responderle al bot del hospital mientras esperas que no te esté haciendo perder el tiempo (cuando en el fondo sabes que así será), e ir a hacerte exámenes con un doctor devenido en crítico de arte (“intérprete de imágenes”) para finalmente entender que si bien estas imagenes produjeron muchas otras imágenes (todas muy costosas) estas no fueron capaces de producir un diagnóstico:

“mmmm…. raro…. ¡esto nunca lo había visto! ¿fonasa o Isapre?”

Estas imágenes, sin embargo, si fueron capaces de moverte de un lado a otro: llevarte al banco para sacar un ahorrito, hacerte mandarte a ti mismo un mail para recordar la clave del webapp del banco que luego tuviste que volver a hacer porque confundiste una moto con una bicicleta en el captcha (¿errar no era humano?) y en consecuencia te bloquearon todas las tarjetas y te obligaron tres dias más tarde a hacerte una clave nueva que no sea igual a la anterior y que incorpore un arroba o un signo peso.

Y todo esto, mientras hacías cola para entrar a la farmacia y comprar vitamina C con los excedentes de la Isapre, esperando ansioso el momento en que el guardia de seguridad del establecimiento -encañonándote amablemente con un termómetro, te sacramente con alcohol gel. En algunos locales incluso te preguntan si tienes síntomas: ¿ave maría purísima? No, fui concebido sin fiebre ni tos.

En fin, la pandemia a exacerbado este proceso de la sociedad de control hasta el extremo de lo absurdo: por supuesto que entiendo las medias de salubridad, pero el mundo entero se convirtió de pronto en un aeropuerto post 9/11: los guardias en sacerdotes y nosotrxs en musulmanes agnósticos a cara cubierta.

Me hace recordar, no sin nostalgia, los tiempos en que Internet era opcional:

¿se acuerdan? ¿se acuerdan de cuando las cosas también podían hacerse por Internet?

Una pensaba que era muy conveniente no tener que perder tiempo hablando con un ser humano y hoy, imperceptible o tan paulatinamente que sucedió de golpe, parece imposible hablar con un ser humano: los números telefónicos están escondidos al fondo de la pagina web, y cuando marcas suele contestar “El Gobierno de Chile y Entel”. Pero, si es que te contestan, una grabación te recomienda hacer el trámite por la web.

¿Y los restaurantes que ya abrieron? para abrir la carta tienes que hacerlo a través de la app de un celular que mira la carta por ti gracias a un código QR: de hecho mejor pedir online e ir a retirar… una suerte de proveedor minorista.

En todo caso: mantén el celular actualizado por posibles ataques informáticos.

¿no era mejor la interfaz humana que esta mierda en donde, al igual que los museos en 360 (que te muestran el piso y el techo) estamos llenos de opciones irrelevantes que nos impiden atender lo importante?

Desafío 2021 sería entonces, tal vez, ¿dejar de perder tiempo en tonteras?